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“Mi nombre es Claudia y estoy en un proceso de dismorfia facial”

2024 - 2025

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Este proyecto fotográfico comenzó como una crítica visual a los mandatos de la industria cosmética. Sin embargo a medida que el trabajo ha avanzado es evidente que la tensión que revela es la mía. Aunque afirmaba utilizar las mascarillas, cintas y cremas para hablar de la industria del cuidado de la piel que genera 146 billones de dólares y va en ascenso sin permitirnos envejecer y aceptarlo con normalidad, el registro constante de estos gestos cotidianos evidenció una contradicción más profunda. Esta serie que aparentemente analizaba el mandato sistémico del cuidado de la imagen personal para la convivencia social, expone mi propia dismorfia, que intento racionalizar o negar, pero emerge en cada retrato. Presento parte de una colección de máscaras que se convierte en una exploración de mi disonancia cognitiva entre lo que digo y lo que hago, entre lo que quiero aceptar y lo que aun no puedo ver del todo. Ha sacado eventos de mi niñez y adolescencia que creí enterrados. Es mi intimidad expuesta disuelta con crítica social, que se convierte en la autobiografía involuntaria de momentos vulnerables en los últimos años de mi vida.

 

Al iniciar la serie “Deteniendo el tiempo” en 2016 se produjo una grata interacción con el público. Fue un proceso de identificación inmediato que no solo trataba de productos de belleza o el deseo de procedimientos quirúrgicos de rejuvenecimiento. Años mas tarde encontré que el interés del tema en mi caso era una obsesión, si, pero que resonaba en sentimientos que compartimos varias mujeres. El “no ser suficiente”, el oponernos a las imposiciones patriarcales, el disfrazar el trauma y el encubrimiento inconsciente de conductas violentas - sutiles o no - nos sucede y lo canalizamos en la preservación de nuestra imagen personal.

 

En el conjunto de fotos registro técnicas de limpieza facial o la aplicación de máscaras en el rostro, con especial énfasis en que el producto tenga características excepcionales y promesas que rayan en lo absurdo. En su última etapa revela como las sutiles imposiciones de la industria cosmética generan consumo repetitivo, y conviven con la precariedad, la autoestima y la proyección de emociones. Si bien estas prácticas están presentes en tradiciones familiares y usos y costumbres de diferentes grupos socioculturales, usadas tanto por infancias como por mujeres de edad madura (por ejemplo con antiguas recetas de avena para contrarestar el acné hasta los más nuevos serums con extractos no probados de origen animal) el punto es que al revisar la amplia cabida de su uso a través de las dinámicas de la cultura viral y la diseminación de tendencias en redes sociales, he encontrado la evidente realidad de mi trastorno dismórfico.

 

El trabajo reflexiona cruces entre tradiciones, tendencias y cuestiona si en realidad algún día terminaría la necesidad de no envejecer, que atraviesa sin distingo grupos de edad, género y situación socioeconómica. El "skincare" como rutina de socialización, como causante de terapia psicológica, y como forma de enriquecimiento de unos cuantos.

 

Utilizo en mi cara métodos de moda como lo es la cinta adhesiva para lesiones musculares que se coloca por 8 horas diariamente para prevenir arrugas. También otros materiales orgánicos o sintéticos como por ejemplo baba de caracoles, producto usado tanto en salas de belleza de origen oriental como en cremas. Algunos son dolorosos. Otros son sorprendentemente tranquilizadores. Los detalles de cada retrato y su relación con eventos o sentimientos, estarán en mi página web a la que la ficha técnica del proyecto liga a través de un código QR.

© CLAUDIA MORENO

Cada máscara es una parte con historia

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Cinta microporosa

No fue sorpresa el diagnóstico de carcinoma basocelular. Lo raro fue lo que tardó en llegar. "La radiación está en su cuerpo" dijo la dermatóloga después que le conté que de muy niña pasé dos años de vacaciones inmóvil por 5 o 6 días, sin poderme acostar; tuve temperatura y no dormí. Las ampollas en mis hombros y espalda eran tan enormes que no pude ponerme la ropa. Me habían mandado de vacaciones del pueblo a la capital con familiares.  Supongo que me olvidaron en la playa.  El primer verano pensé que no iba a poder entrar a segundo de primaria porque no iba a sobrevivir. En el segundo mi hermana, que ya trabajaba ahi en la capital me llevó Caladryl y recuerdo perfectamente la sensación de la piel heladita por un rato. Me acabé hasta la ultima gotita de ese frasco. Años después en un curso de primeros auxilios supe que las nombraban quemaduras de segundo grado. 

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